Desde el hotel era duro de ver, por
televisión, su barrio convertido en zona de guerra. Luego del
episodio con la criatura que transfiguró desde Mar, todo el lugar se
llenó de esos pequeños artrópodos blancuzcos, vomitivos,
espeluznantes. Pero aun ante el terror mas puro, Amelia, siguió
corriendo para conservar su vida, para tener otro día junto a
Gabriel. Mas que eso aun probó su temple pisoteando cuanto bicho
estuviera en su camino, sea blanco o no. Y gracias a que tironeó de
su esposo como una loca, pudieron escapar mientras el lechoso
ejército de criaturitas se encimaba para atraparlos, seguido de
algún que otro vecino contaminado con la voluntad orgánica de la
modelo monstruosa y que había desarrollado caras de Mar en partes de
su cuerpo inapropiadas para una cara. Era extraordinario para Amelia
no haberse desmayado mientras esas grotescos rostros la saludaban
como aquella amiga lo solía hacer desde la secundaria. Entonces,
finalmente, cuando ya habían llegado al auto, la pobres personas
inundadas por los animalejos estallaron como lo hiciera aquella araña
transgénica del cuerpo de Marcela. No hubo lugar adonde no llegaran
a corromper a los seres vivos del barrio. El auto había echado a
andar a toda velocidad. Era la pequeña Amelia la que hacia el
trabajo. Ya no se encontraba al amparo de su esposo. Ahora ella
llevaba las riendas. Estaban saliendo del río de criaturas extrañas
pero el suelo retembló. Se resquebrajaba la entera calle y no había
forma de que el auto llegara hasta el final de la intersección
antes de que la sima los tragara. Amelia pegó un volantazo
desesperado provocando contorsiones en las llantas de aleación. Se
incrustaron en el patio de alguien, no importaba quien, pero tenían
que salir del pasto que abría sus pequeñas bocas para masticarlos
de a poco.
Allá, en medio del polvo que había
provocado la grieta de la calle principal del vecindario, se erguía
como una montaña de lodo grumoso. Globos de horribles huevos
arácnidos colgaban de toda su retorcida forma y la cara de Marcela
lo coronaba en tesitura arqueada, antinatural. Los buscaba. Removía
el terreno para encontrarlos debajo de los escombros. Pero no estaban
allí. La casa del vecino les daba refugio por un momento. Los dos
estaban callados detrás de una isla de cocina en la que no había
nada de naturaleza que pudiera mutar. La luz se hallaba apagada y los
ojos inundados eran lo único que brillaba desde la sombra. Una voz
conocida: “Decime que estoy mas bella que vos, Amelia”. No
querían mirar a sus espaldas pero el temblor de sus corazones los
llevó sin remedio a aquella figura. La señora Ressman estaba
encendiendo la luz, llena de esas caras parasíticas en su cuerpo,
algunas incluso habían desarrollado cuellos. Y todas los miraban con
odio asesino. Se abalanzó sobre ellos en un rugido de rabia. Amelia
se defendió con un cuchillo que logró atrapar al vuelo entre el
desparramo que provocaban los temblores de esa cosa gigantesca que
los acechaba afuera. Se estaba acercando. Y mientras, Gabriel,
histérico, se había entusiasmado dándole una paliza al mutado
señor Ressman que no paraba de insinuársele desde las caras de Mar
que le crecían sin control. Se apresuraron dando tumbos hasta el
jardín de atrás. Allí, la piscina hervía de vida por que las
pequeñas blancuzcas se habían mezclado con el moho del agua sucia.
Los Ressman rara vez se ocupaban de la piscina. Tentáculos que
tenían los ojos de Marcela. Uno tras otro un desfile de anomalías
amorfas sin sentido. Los esquivaron y saltaron la cerca con los pies
sangrando por el pasto homicida que los había atacado de forma
pirañezca. Pero con la misma fuerza indetenible de la vida, la
infección en si, empezó a correr tras de ellos con tentáculos
espinosos y una verde mucosidad que se enraizaba tras sus pies. Sin
embargo por alguna razón las mujeres siempre miran atrás. Y cuando
Amelia cedió a su instinto se encontró con un alivio que la hizo
detenerse. El verdor del hongo mutante comenzaba a palidecer. Mas
atrás la arañas que llevaban los genes de Mar al estilo de gametos
universales empezaban a surgir muertas desde los organismos que
pretendían infectar. Un par de gorriones aquí, unas cucarachas, los
pastos y algunos gatos. Todo se detuvo...
Se habían quedado sin hogar a los
efectos prácticos puesto que el gobierno no dejaría que nadie
entrara de nuevo en la zona. Semideprimida Amelia hacia zapping
mientras su esposo se daba una rabiosa ducha. No fuera a ser que
halla traído consigo algún vestigio de esa virulenta mujer. Por
que, seguramente, una jabonada la detendría.
Tuvieron que comprar una nueva casa.
Un departamento esta vez. Porque la naturaleza era algo que no podían
permitirse. Se alejaban de los canteros y las mascotas. Amelia no
quería siquiera madera en los muebles por que la aterraba que se
convirtieran en arboles bajo la influencia de su amiga, quien, por
cierto, no estaba segura de si estaba muerta, viva, o quizás dentro
de una pequeña semilla en el suelo esperando alguna lluvia para
volver por ella. ¿Qué le había pasado? ¿Qué era? ¿Una
mutante?¿Un alienígena que la había suplantado? ¿Que había
averiguado cuidadosamente cada detalle de su vida juntas? Cuando las
preguntas ya no tenían fin ni sentido, sonó el teléfono del
todavía semidesnudo departamento. Gabriel ya no pasaba horas mirando
el celular pero aun pensaba todo el tiempo en su amigo. ¿Acaso la
reacción de su ayudante habrá querido decir algo? Abrió a esa
mujer mutante... ¿Cómo es que no vió nada? Atendió el teléfono y
la voz que lo recibió pareció continuación de sus cavilaciones.
- Gabriel tenemos que hablar. Me enteré
de lo que pasó con Mar
- ¡Rory! ¿Por que desapareciste?
- ¿Tienes papel?
Se había acercado de manera repentina
la fecha del desfile y Gabriel le había prometido a su esposa que
estaría en primera fila. Y era el mismo día que su amigo, aquel que
el había abandonado después de la universidad, le había suplicado
reunirse. Y, como buen culpable, no tenia fuerza de negarse, aun
teniendo que enfrentar la desconfianza de su mujer que le preguntó:
“¿Estás seguro de que no vas a faltar en el momento que
empiece?Te necesito ahí”. A duras penas logró tranquilizarla
prometiéndole lo que no sabia si iba a poder cumplir.
Le quitó el sueño por algunas noches
hasta que, el día del desfile, se sintió en una vorágine tratando
de entender como llegar al lugar donde estaba refugiado su amigo. El
lugar era tan alejado que de no haber tenido auto probablemente no
hubiera llegado jamas.
Esperaba un aire de misterio al llegar.
Que su amigo le hablara desde las sombras y le contara lo que le
había acontecido en el cuerpo a la pobre Marcela. Pero en vez de eso
su amigo casi corrió al auto al verlo llegar. Por detrás la
institutriz con la silla de ruedas de la niña se trataba de mantener
al paso del hombre, a quien parecía no preocuparle ninguna de las
dos. Se zambulleron en el auto y de alguna forma lograron que la
silla de ruedas encajara perfectamente en la parte trasera de la
camioneta. “¡Maneja!”. Gabriel no sabía bien adonde ir lo miró
dudoso hasta que aquel le volvió a gritar: “¡Al desfile, Gaby!”.
Asistiría después de todo. Le adelantó todo lo que pudo y le pidió
que le ayudara a explicarle a Amelia. No era un tema fácil de
entender. Así es que cuando llegaron en tropel con la institutriz y
la niña como siempre por detrás, se amontonaron en la entrada de
los camarines. La llamaron a voz en cuello.
- Gaby, ¿que haces acá? Tenés que
estar en primera fila.
- Mi amor. Hay modelos que tienen el
mismo “problemita” de Mar.
Amelia comenzó a temblar
repentinamente apenas entendió de que se trataba.
- Es mas – prosiguió Rory esta vez –
es posible que tu tengas algo parecido.
La histeria se apoderó de ella.
“¿Como? Por qué?”. Empezaba a desmayarse de a poco con
frenético desconcierto. Miraba para todos lados mientras su mirada
se tornaba perdida. Gabriel la sacudió y pareció funcionar.
- Amor. Las prótesis que Rory usaba.
Al parecer eran de origen biológico. El fabricante le dió prótesis
adulteradas.
- Amelia, hace poco descubrí que no
solo hacen prótesis de células cultivadas. También hacen armas
biológicas. No se cuales sean sus motivos y la verdad nunca había
pasado nada parecido. Pero, Amelia; 8 de las modelos que contrataste
para este desfile tienen las prótesis que yo usaba.
Todavía hablaba el cirujano cuando los
alaridos desde la platea sacudieron a todos. Una modelo se estaba
tragando a la invitada de honor. Su cara... parecía no saber que
estaba haciendo. Pequeñas arañas blancas. “No otra vez, por
favor...”
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