Se
miraban unos a otros creyendo que era una broma. "No puede
ser" susurró uno de ellos. Pero ella es la imagen misma de la
seriedad. Ella siempre habla en serio.
-Lo
vi anoche estaba por un árbol allá...
-¿Vos
te escuchas, nena? Tenés 26 pirulos ¿y todavía ves monstruos en la
oscuridad?
-Yo
también pensaba que esas cosas eran pavadas... pero existe! Yo lo
vi!!
Una
risotada colectiva la convenció de que jamás le creerían. Incluso
la acostumbrada racionalización de Esteban parecía a la sazón una
burla:
-Normalmente
los monstruos que vemos son un reflejo de facetas de nuestra persona
que no estamos dispuestos a aceptar...
El
asado se terminó tarde esa noche. Poca carne quedó del apetito de
los varones que eran mayoría. Cuidadosamente Esteban se encargó de
cubrir de arena la fogata antes de ser el ultimo (como de costumbre)
en acostarse y cerrar la carpa. Ella ya dormía.
A
la mañana lo despertó una tibia sensación en el rostro. Algo dulce
llenaba el aire cuando dió su primer suspiro matinal, mientras se
estiraba. Lo que lo alertó fue el contrastante reflejo rojo que
devolvía la luz del sol al atravesar la tela de tienda. Colgaba
empalado Enrique, en una rama del árbol que se cernía sobre la
carpa. Nada salio de su boca. Solo reaccionó al grito histérico de
Marcela que salia de la carpa detrás de el. Y no paro de gritar
hasta que el la abrazó.
Llegó
la tarde y el grupo de mas de 10 personas no había dicho mas de diez
palabras. El transporte no iba a llegar hasta la mañana del día
siguiente. ella Se moría por decirles: "yo se los dije".
Pero tal vez estaba demasiado triste. Tal vez ellos estaban demasiado
tristes.
Cuando
prendieron las fogata un poco del habitual clima dicharachero del
grupo volvió por unos minutos.
-¡Bajo
sin tintos!.. …
-¡Ah!..
Ya lo sabía!! ¡¡Jajaja!!
Luego
de la carcajada Marcela se sintió culpable. Quiso estar sola para
vomitar y salio corriendo. Por lo visto no fue un buen plan para
evitar compañía porque Mario y Jorgelina la corrieron de inmediato.
Luego de trasponer el claro no la encontraron. Los arboles terminaron
por confundirlos del todo. Y no tuvieron mas remedio que gritar su
nombre. Algo frío se instalo en la espalda de Mario. Un rayo helado
que lo paralizó. Lo hizo caer de rodillas frente a su novia. Desde
el campamento comenzó a oírse una serie de gritos de espanto y
dolor y allá entre los arboles se advertía una especie de nubecita
roja que se hacía intermitente a medida que los gritos se volvían
mas desesperados y luego se ahogaban. Todos corrieron hacia la mancha
roja. Esa mancha que al llegar cubría todos los arboles en 15
metros, y dejaba a Mario y Jorgelina en medio de un charco de sangre.
Marcela yacía casi al borde de la mancha, cortada profundamente,
casi muerta.
Mientras
le vendaban las heridas se despertó. Los ojos entreabiertos dejaron
escapar una lágrima y cuando escucho a su novio llamarla por su
apodo tierno no respondió. Solo dio vuelta la cabeza y volvió a
dormir. Cuando volvió a despertar el seguía a su lado:
-¿Como
es?
-Es
grande y rojo. Le salen colmillos desde abajo de la boca como un
jabalí. Tiene pelo en la espalda pero no como un animal, como un
hombre peludo. Camina encorvado como un mono y tiene orejas largas y
puntiagudas como un duende...
La
ahogaron las lágrimas y en un dos por tres se quedó dormida. El
despertar fue abrupto, en medio del campamento se despertó mirando
las estrellas sorprendida de no tener mas carpa. Cuando logro
incorporarse la aturdió la escena: el campamento ya no existía. En
su lugar una vorágine de telas ensangrentadas y cuerpos demasiado
oscuros para reconocerlos. El anillo. El anillo de Esteban estaba
brillando desde el suelo. Su mano también oscurecida de sangre y
polvo como tratando de alcanzarla después que la vida se fue. Ella
lo llamaba, el no respondía. Entonces, desde sus espaldas, una
sombra se le hizo conocida. Es la bestia que la amenaza desde atrás.
Sin darse vuelta a mirar corrió. Corrió entre los arboles pero la
bestia que parecía no apurarse en absoluto siempre estaba solo un
paso atrás de ella. Entonces la tomo de los brazos. Ella agitaba el
cuchillo tratando de zafarse pero era inútil. La cortaba cada vez
mas profunda y profusamente hasta que sintió entrar de lleno el
cuchillo y se empezó a preguntar donde lo había encontrado.
Entonces lo entendió, ni monstruo ni criaturas ni asesinos. Solo su
locura que la perseguía.