Zequi dice:

No se vayan sin dejar sus comentarios o los atormentaré...

miércoles, 30 de julio de 2014

EL TORTURADOR


Despilfarraba cigarros uno tras otro. Todos sabían que este demente se gloriaba de fumarse 5 cajas de rubios por día, pero la realidad era que apenas los probaba. Los apagaba por la mitad uno tras otro mientras se retorcía histérico sin ponerle final a su enfermizo raid. Poco iba uno a imaginarse que este saco de adrenalina y nicotina estaba en una delicada tarea de vigilancia secreta. “El blanco se acerca...” susurró como el mas dulce de los amantes. Era él. La cara delataba incluso su trabajo de poeta. Era una figura transparente y permeable que se dirigía como una paloma a la trampa. “Está desarmado”. Cuando pasó por la nube de humo que precedía a su captor no pareció bajar la guardia del todo. Miró a los ojos a Andrew como si esperara lo que vino luego. Una van negra le cortó el paso y el fumador asqueroso le puso una capucha negra impregnada de cloroformo en el rostro, mientras, los demás que estaban en la camioneta, lo inmovilizaban. Despertó la pobre y blanca paloma en un galpón abandonado como sucedería en cualquier película de Hollywood sobre estos menesteres. Todavía tenia los ojos borrosos por la droga cuando empezaron los golpes y las preguntas en acento ininteligible referidas a cosas desconocidas. No dijo nada por dos horas y Andrew se cansó de usar los puños junto con su compañero de interrogatorio y decidieron empezar con una manopla para cuidarse los nudillos por que, según Henri, “Las esposas no debieran sospechar que la pasamos mal en el trabajo”. Por supuesto ya era tarde porque tenían las manos hinchadas, a diferencia de la cara de la víctima. Estaba pavoneándose Andrew para asustar mas a su cautivo mientras lentamente deslizaba los anillos del arma blanca hasta el fondo de sus nudillos, cuando, sin siquiera proponérselo, conoció la voz de Omar.
– No es necesario, puedo decirles donde esta la bomba... – Henri le hizo una seña a su compañero para que trajera al jefe... – y no les voy a pedir nada a cambio salvo un pequeño favor...
– No estas en condiciones de negociar hijo de...

El jefe irrumpió en el lugar. Estaban en el medio del enorme galpón, casi un hangar, por lo que realmente se lo veía muy lejos y aun así Henri – tal vez por respeto, quizás por miedo – se calló ni bien asomó por la puerta. Se veía un hombre mucho mas civilizado que estos matones gubernamentales pero, como cualquier artista, Omar sabía que las apariencias engañan. Solo sería otro tipo de bestia, a lo más.
– Me dijeron que quiere confesar. – puso una grabadora a funcionar – ¿Que tiene para decirnos?
– Lo que se dice “confesar”, nada. Pero sé que están buscando la bomba por que son de la CIA, supongo. Bueno... solo necesito un pequeño favor.
– Ah ¿si? Y ¿que podrá ser?
– Solo necesito dormir un par de horas, por favor, y luego podré decirle.

El jefe llamó a sus secuaces con un gesto sutil para hablar en el oído solo a uno casi sin mover el bigote y luego desaparecer lentamente mientras la golpiza seguía su curso. A la media hora, aunque ambos estaban exhaustos, solo Henri se marchó. Andrew hizo un gesto de fastidio no bien lo sintió ausente. “Esto no sirve...” susurró. Se dispuso a tomar las pinzas para causar un poco mas de daño al poeta. Una hora y media después volvió el jefe con su mirada indiferente otra vez. Lo miró de arriba a abajo con sus ojos de muñeco.

– ¿Durmió bien “Señor Negociador”? ¿Fueron suficientes sus dos horas de sueño?
– La verdad es que esta silla es un poco incomoda. Pero para honrar nuestro acuerdo le voy a informar lo que quiero para decirle todo lo que se de la bomba nuclear que hay en su país, – el jefe empezaba a creerle lo de la bomba, se notaba en su cara como las arrugas parecían ingrávidas de tensión – bomba, que por cierto, solo tiene 4 horas para encontrar gracias a su generosa contribución de tiempo al golpearme.
– ..¿Y cuáles son sus demandas?
– Lo único que quiero es que este señor se valla. Quiero estar solo con usted para decirle todo. Solo eso y le haré salvar millones de vidas. No es difícil y queda poco tiempo.
Andrew y el jefe salieron un momento del recinto. Se murmuraron unos segundos en la callada noche que permitía oír casi cualquier vestigio de vida. Andrew asintió en un determinado momento y se marchó mientras el jefe volvía para hacerle compañía a Omar. Prendió un cigarro para despejarse, hacía unos segundos había tirado uno casi entero en aras de hablar bien de cerca con su superior. Condujo solo unos minutos hasta la casa que decidieron alquilar aquí en Argentina con su esposa. Las luces estaban prendidas. Se figuraba encontrar a su mujer dormida, pero no. Su instinto cazador le decía que no estaba ahí por error. En vez de entrar dio una vuelta por las ventanas hasta encontrar la habitación matrimonial. Las dos figuras desnudas que se acicalaban lo sorprendieron. Ni Henri ni su esposa pudieron verlo llorar en silencio en el secreto de esa impenetrable oscuridad suburbana. Siempre su compañero se iba antes que él, siempre el pobre Andrew hacia el turno nocturno a pesar de que era el único que trajo a su esposa, a pesar de que casi estaba de luna de miel. “¿Hace cuanto lo hacen?” se preguntaba mientras conducía de nuevo al galpón en el que esperaba ese supuesto terrorista. Entró como un ventarrón dispuesto a moler a golpes al mensajero de tan mala nueva, tan terrible concreción de esas sospechas que lo hacían sentirse culpable. Lo iba a matar esta vez. No. mejor usaría el hacha y se quitaría las ganas. Por que Henri nunca le permitió estrenarla. Todo eso por supuesto si el jefe había dejado algo del inocente para él.

Si la escena en su casa lo sorprendió, el ver a su jefe acurrucado llorando en un rincón del edificio fue el acabose. Su tórax se contorsionaba con fuerza por el terrible sollozo desconsolado, tanto que uno pensaría que no tenia costillas. Parecía un niño que había perdido a sus padres enjugándose las interminables lágrimas en las mangas del abrigo de gabardina. Se acercó aterrado a él como hundiéndose en las sombras.

– Jefe...
– ¡Fallé! No se va a salvar nadie… ¡Porque fallé! – lo miró con los ojos empapados y puchero de bebé descontento consigo mismo.

Desde la silla ahora a oscuras se oía una risa leve y controlada. La atmósfera enrarecida que se apoderó del día desde que se cruzaron la mirada por primera vez crecía.
– Lo sabias. Sabias de mi mujer y de Henri.
– ¿Henri? ¿Así se llama? Es curioso que me digas que yo lo sabía por que te voy a dar la oportunidad de salvar millones de vidas. Lo que no logró tu jefe. Solo tenés que hacerlo decir la verdad. ¿Él sabia que te adornaban la cabeza? ¿O fue casualidad que te diera todos lo turnos nocturnos para que tu “amigo” pudiera disfrutar a tu esposa? Solo tenés que sacarle la verdad, campeón, y las bombas son tuyas. ¿No querés que te diga la verdad?

Andrew tomó a su jefe por los pocos cabellos que le quedaban para atarlo a una silla al lado de su cautivo. Pero él solo seguía llorando su incompetencia. No respondía a los golpes ni a las amputaciones de sus dedos. Solo lloraba y pedía perdón. De vez en cuando Omar azuzaba al agente con un “Vamos, campeón. Queda poco tiempo. Vamos que lo lográs”. Al amanecer llegó Henri para casi desmayarse con el cuadro. Allí, en esa silla su jefe mutilado pedía clemencia de un totalmente fuera de sí Andrew.

– Por fin llegaste. Me tienes que ayudar. Hay que hacerlo decir la verdad. Es la única manera de que nos digan donde están las bombas. ¡La única! Ya sé que estabas con Johane y si no me ayudas no solo le voy a decir a tu mujer si no que te voy a hacer lo mismo que a él.

Dejó a su compañero de una sola pieza. Luego de que comenzaran a caerle algunas lágrimas silenciosas se puso la manopla y comenzó a trabajar el cuerpo de su jefe. Continuaron por horas sin percatarse que las originales cuatro ya habían pasado hacia mucho. Golpeaban ese cuerpo sin dejar nunca de llorar y mientras el terror de ellos mismos los hacia temblar en cada movimiento. Siguieron y la víctima no dejaba de llorar su fracaso. Seguía repitiendo “No pude salvar a nadie” una y otra vez con cada golpe. De repente y sin levantar la vista del suelo el anteriormente torturado comenzó una carcajada que les heló la sangre.

– ¿Quieren que les diga algo simpático? Nunca hubo ninguna bomba... je je.

El lamento los tiró al suelo. Se enfrascaron en un réquiem de amargura desoladora y llanto, hasta que la furia se apoderó de ellos. Izaron a Omar y comenzaban a usarlo como bolsa de boxeo viviente hasta que una voz los despertó de la iracunda seguidilla de golpes. Alguien dijo: “¿Que golpean? ¿No ven que estoy aquí?”. Detrás de ellos Omar se limpiaba la cara de sangre. No tenia ni un rasguño. Voltearon hacia el objeto de sus golpes otra vez. Johane colgaba de las cadenas, sin vida. Quedaron catatónicos sin poder siquiera lamentarse. Caían de rodillas mientras sus esfínteres se aflojaban completamente.

– ¿Tienen idea de a cuántos inocentes que no tenían ni una uña de terroristas ustedes le hicieron esto? Ciento cuarenta y nueve. Gente que jamas pudo ser feliz de nuevo y familias que nunca pudieron salir de las pesadillas. Bueno, esta vez les tocó a ustedes. ¿Que les parece? No esta mal para un poeta, ¿verdad?

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