Zequi dice:

No se vayan sin dejar sus comentarios o los atormentaré...

martes, 2 de septiembre de 2014

BELLEZA (EPISODIO II) EL DESPRECIO DEL VIENTO







El día de la operación era una de esas jornadas que suplicaban no salir de casa. Húmeda y ventosa, desapacible. Ese día de porquería Amelia y Gabriel tenían que pasar a buscar a Marcela. “Nunca aprendió a manejar”, se quejaba el esposo buscando complicidad de Amelia. Pero ella estaba mas asustada que de costumbre. Era de asustarse por una rata, una cucaracha, una persona que la mirara raro, o hasta un mosquito rayado. Si el auto se sacudía demasiado se aterraba, y los vidrios rotos eran peligros de los que se mantenía a decámetros de distancia. Pero esto era mas que eso. Porque ella, a pesar de que temía de su propia sombra, había tenido las agallas de programarse una cirugía de nariz. Él siempre le decía que sobreponerse al miedo era valor. Y ella lo abrasaba por que eso la hacia sentir mejor... pero hoy... ¿Acaso estaría pensando en el desmayo que tuvo en aquella entrevista con el doctor? Solo se despertó cuando su esposo la fue a buscar. Y comenzó a desvariar diciendo que “la nena hablaba, la nena se movía”. A duras penas le hicieron entender que había delirado.

Mar, por el contrario, se mostró exultante cuando la recogieron. Aun así, Gabriel no se atrevió al planteo de la licencia de conducir en su cara, por que una mujer que media casi 1,90 y tenia un estado físico digno de una campeona olímpica, imponía respeto. Aunque se tratara de alguien que trabajaba probándose los vestidos que diseñaba su mujer.

Puede que no hubiese quirófano mas frío que aquel en que la dos amigas se recostaron. Gabriel como médico tenia autorización de estar en el observatorio viendo la operación. Le extrañó no haber visto nunca antes aquellas prótesis que Rory iba a colocarle a Marcela. Pero se admitió no estar al día porque él se había dedicado a la neurología. Se reconocía ignorante en cuanto al arte de su amigo. Lo que si podía notar, como cirujano, era la inhumana precisión y velocidad con que operaba. Casi parecía un robot que fabricaba autos. ¿Acaso tenia ese hombre nervios? Ni la pequeña oscilación que le causaría el latido del corazón y la presión en las arterias se apreciaba. Terminó en tiempo récord. Y las incisiones casi no se percibían. Una genialidad. Ante el: “Ni me imaginaba que hubiera alguien tan bueno como vos.” el plástico solo hizo una mueca de sonrisa falsa. Desapareció y dejó a su asistente a cargo de atender a los tres e informarles.



- Se va a dar cuenta que la recuperación va a ser bastante rápida. Tal vez en un mes a lo sumo ya se esté sacando las vendas de la nariz.

- ¿Y Mar?

- Lo mismo. Casi no hubo estiramiento.

- Si. Me di cuenta de que Rory tiene su estilo.



La doctora no supo que responder. Solo se rascó la cabeza intentando fraguar indiferencia. Dicho y hecho. Llegado el mes las dos estaban disfrutando sus nuevas apariencias. Se acercaba el tiempo del desfile y los amigos organizaron un picnik para charlar de negocios. Así de informales eran para los negocios. Eran finales del invierno y ya se olía la primavera avivando los pastos de Palermo aun con los resabios del viento invernal. Tan recelosos de irse como Rory de atender las llamadas de Gabriel, que no lo había vuelto a ver desde la cirugía. Si tenia cualquier duda sobre el tratamiento su segunda al mando se ocupaba siempre excusando a la eminencia. Pero casi no había habido pretexto porque la recuperación fue rayana en milagrosa. Por eso durante la animada charla de las amigas sobre el desfile el hombre no apartaba la mirada de su celular. “¿Lo llamo?”. En ese mundo se hallaba cuando se percató de la ausencia de charla. Su esposa ya no estaba y solo quedaba Marcela mirándolo con ojos felinos. Lo saboreaba con las pupilas mientras se mostraba deseosa de cambiar el vino por los labios de el quizás. No tardó mucho el pobre en querer correr con todas sus fuerzas pero en cambio preguntó:


- ¿Dónde está Amelia?

-¿Recién te acordás de la pobrecita? No la miraste en todo el día.

- Estoy preocupado por Rory... no me contesta las llamadas.

- Otro pobrecito, no te acordaste de el en 10 años desde que terminaste la universidad.

- ¿Como sabés vos eso?

- Tuve una muy placentera charla con él la otra noche. Pero ¿sabés qué? Yo quisiera conversar largo y tendido con vos – se lo decía mientras se le abalanzaba cuan larga era para tomarlo de la cara y abrir grande su boca en aras de engullirle hasta los maxilares. Él hubiera sacado la cara antes de tomar contacto pero ella era demasiado fuerte.



A un par de pasos se hallaba la esposa. Con un par de hilos llorosos que le abrillantaban las mejillas. El se apresuró a calmarla. Cuando quiso empezar a explicar ella le puso la mano el la boca. Y con un doloroso “no” le dio una fugaz mueca de “vi todo”. Luego, dirigiéndose a la gigante con una resolución que él no le había visto jamas, le advirtió:



- No quiero volverte a ver. Una vez que el desfile para el que nos contrataron termine no quiero saber que existís.

- Por mi está bien. Siempre vas a ser la insignificante. Y cuando menos te lo imagines puede que tu querido Gabriel se dé cuenta y venga a buscar una verdadera mujer.



Cuando la modelo se alejó de la pareja, perdiéndose entre los arboles, contoneando lo mas posible para provocar al hombre, Amelia se derrumbó en llanto de una vez. “¿Como puede ser? No puede ser mi amiga. No conozco a esa mujer”. Recogieron los restos del frustrado esparcimiento. Y partieron para casa.

Una vez arribaron a su casa las luces estaban prendidas. Se adentraron en un ambiente extraño a su hogar. El suelo estaba cubierto de velas y pétalos de rosas. En la cama matrimonial yacía, a la espera en su traje de Eva, Marcela. Sus piernas ocupaban la king size entera. Desvergonzada en un gesto obsceno.



- Cambié de opinión. ¿Por que no puedo hacerlo elegir ahora?

- ¡Salí de mi casa, asquerosa!



Pocas veces la pequeña mujer se enojaba. Y esto era el acabose. Pero inesperadamente Marcela comenzaba a gemir. No parecía normal. Era como si se estuviera rompiendo por dentro. Sus pechos se pusieron oscuros y comenzaban a ramificarse. Se expandían como patas de araña creciendo a toda velocidad. Mientras tanto su esbelto cuerpo se hinchaba como una pelota de liquido verde. Esa cosa llena de apéndices ya tenia ojos en lugar de los glúteos de la chica. Unos ojos acuosos que, al verlos Amelia, no pudo evitar dar un alarido explosivo que venia conteniendo desde el principio de la transformación.

La pareja salió de la habitación, gritando, seguidos de la informe criatura. A duras penas pudieron llegar a la puerta de la cocina, antes de que el globo de viscosidad estallara inundando el pasillo de pequeñas arañas blancas que llenaron el interior del pobre gato que se transfiguraba. La cara de Marcela le salía del estomago.



- ¿No estoy mas bella que nunca, Amelia?





CONTINUARÁ...

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