El día de la operación era
una de esas jornadas que suplicaban no salir de casa. Húmeda y
ventosa, desapacible. Ese día de porquería Amelia y Gabriel tenían
que pasar a buscar a Marcela. “Nunca aprendió a manejar”, se
quejaba el esposo buscando complicidad de Amelia. Pero ella estaba
mas asustada que de costumbre. Era de asustarse por una rata, una
cucaracha, una persona que la mirara raro, o hasta un mosquito
rayado. Si el auto se sacudía demasiado se aterraba, y los vidrios
rotos eran peligros de los que se mantenía a decámetros de
distancia. Pero esto era mas que eso. Porque ella, a pesar de que
temía de su propia sombra, había tenido las agallas de programarse
una cirugía de nariz. Él siempre le decía que sobreponerse al
miedo era valor. Y ella lo abrasaba por que eso la hacia sentir
mejor... pero hoy... ¿Acaso estaría pensando en el desmayo que tuvo
en aquella entrevista con el doctor? Solo se despertó cuando su
esposo la fue a buscar. Y comenzó a desvariar diciendo que “la
nena hablaba, la nena se movía”. A duras penas le hicieron
entender que había delirado.
Mar, por el contrario, se
mostró exultante cuando la recogieron. Aun así, Gabriel no se
atrevió al planteo de la licencia de conducir en su cara, por que
una mujer que media casi 1,90 y tenia un estado físico digno de una
campeona olímpica, imponía respeto. Aunque se tratara de alguien
que trabajaba probándose los vestidos que diseñaba su mujer.
Puede que no hubiese
quirófano mas frío que aquel en que la dos amigas se recostaron.
Gabriel como médico tenia autorización de estar en el observatorio
viendo la operación. Le extrañó no haber visto nunca antes
aquellas prótesis que Rory iba a colocarle a Marcela. Pero se
admitió no estar al día porque él se había dedicado a la
neurología. Se reconocía ignorante en cuanto al arte de su amigo.
Lo que si podía notar, como cirujano, era la inhumana precisión y
velocidad con que operaba. Casi parecía un robot que fabricaba
autos. ¿Acaso tenia ese hombre nervios? Ni la pequeña oscilación
que le causaría el latido del corazón y la presión en las arterias
se apreciaba. Terminó en tiempo récord. Y las incisiones casi no se
percibían. Una genialidad. Ante el: “Ni me imaginaba que hubiera
alguien tan bueno como vos.” el plástico solo hizo una mueca de
sonrisa falsa. Desapareció y dejó a su asistente a cargo de atender
a los tres e informarles.
- Se va a dar cuenta que la
recuperación va a ser bastante rápida. Tal vez en un mes a lo sumo
ya se esté sacando las vendas de la nariz.
- ¿Y Mar?
- Lo mismo. Casi no hubo
estiramiento.
- Si. Me di cuenta de que
Rory tiene su estilo.
La doctora no supo que
responder. Solo se rascó la cabeza intentando fraguar indiferencia.
Dicho y hecho. Llegado el mes las dos estaban disfrutando sus nuevas
apariencias. Se acercaba el tiempo del desfile y los amigos
organizaron un picnik para charlar de negocios. Así de informales
eran para los negocios. Eran finales del invierno y ya se olía la
primavera avivando los pastos de Palermo aun con los resabios del
viento invernal. Tan recelosos de irse como Rory de atender las
llamadas de Gabriel, que no lo había vuelto a ver desde la cirugía.
Si tenia cualquier duda sobre el tratamiento su segunda al mando se
ocupaba siempre excusando a la eminencia. Pero casi no había habido
pretexto porque la recuperación fue rayana en milagrosa. Por eso
durante la animada charla de las amigas sobre el desfile el hombre no
apartaba la mirada de su celular. “¿Lo llamo?”. En ese mundo se
hallaba cuando se percató de la ausencia de charla. Su esposa ya no
estaba y solo quedaba Marcela mirándolo con ojos felinos. Lo
saboreaba con las pupilas mientras se mostraba deseosa de cambiar el
vino por los labios de el quizás. No tardó mucho el pobre en querer
correr con todas sus fuerzas pero en cambio preguntó:
- ¿Dónde está Amelia?
-¿Recién te acordás de la
pobrecita? No la miraste en todo el día.
- Estoy preocupado por
Rory... no me contesta las llamadas.
- Otro pobrecito, no te
acordaste de el en 10 años desde que terminaste la universidad.
- ¿Como sabés vos eso?
- Tuve una muy placentera
charla con él la otra noche. Pero ¿sabés qué? Yo quisiera
conversar largo y tendido con vos – se lo decía mientras se le
abalanzaba cuan larga era para tomarlo de la cara y abrir grande su
boca en aras de engullirle hasta los maxilares. Él hubiera sacado la
cara antes de tomar contacto pero ella era demasiado fuerte.
A un par de pasos se hallaba
la esposa. Con un par de hilos llorosos que le abrillantaban las
mejillas. El se apresuró a calmarla. Cuando quiso empezar a
explicar ella le puso la mano el la boca. Y con un doloroso “no”
le dio una fugaz mueca de “vi todo”. Luego, dirigiéndose a la
gigante con una resolución que él no le había visto jamas, le
advirtió:
- No quiero volverte a ver.
Una vez que el desfile para el que nos contrataron termine no quiero
saber que existís.
- Por mi está bien. Siempre
vas a ser la insignificante. Y cuando menos te lo imagines puede que
tu querido Gabriel se dé cuenta y venga a buscar una verdadera
mujer.
Cuando la modelo se alejó
de la pareja, perdiéndose entre los arboles, contoneando lo mas
posible para provocar al hombre, Amelia se derrumbó en llanto de una
vez. “¿Como puede ser? No puede ser mi amiga. No conozco a esa
mujer”. Recogieron los restos del frustrado esparcimiento. Y
partieron para casa.
Una vez arribaron a su casa
las luces estaban prendidas. Se adentraron en un ambiente extraño a
su hogar. El suelo estaba cubierto de velas y pétalos de rosas. En
la cama matrimonial yacía, a la espera en su traje de Eva, Marcela.
Sus piernas ocupaban la king size entera. Desvergonzada en un gesto
obsceno.
- Cambié de opinión. ¿Por
que no puedo hacerlo elegir ahora?
- ¡Salí de mi casa,
asquerosa!
Pocas veces la pequeña
mujer se enojaba. Y esto era el acabose. Pero inesperadamente Marcela
comenzaba a gemir. No parecía normal. Era como si se estuviera
rompiendo por dentro. Sus pechos se pusieron oscuros y comenzaban a
ramificarse. Se expandían como patas de araña creciendo a toda
velocidad. Mientras tanto su esbelto cuerpo se hinchaba como una
pelota de liquido verde. Esa cosa llena de apéndices ya tenia ojos
en lugar de los glúteos de la chica. Unos ojos acuosos que, al
verlos Amelia, no pudo evitar dar un alarido explosivo que venia
conteniendo desde el principio de la transformación.
La pareja salió de la
habitación, gritando, seguidos de la informe criatura. A duras penas
pudieron llegar a la puerta de la cocina, antes de que el globo de
viscosidad estallara inundando el pasillo de pequeñas arañas
blancas que llenaron el interior del pobre gato que se transfiguraba.
La cara de Marcela le salía del estomago.
- ¿No estoy mas bella que
nunca, Amelia?
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