No había mucho que decir. Aquella noche había sido
casi un compromiso. Perdonar y olvidar, una vez mas. Pero el dolor no
se olvida mientras aun arde en el pecho. Y el decir "te perdono"
no lo calma. Porque por la mañana ella seguía triste y pensando en
la otra. El se despidió amoroso, pero tampoco parecía feliz. Ella
decidió entonces que quería quedarse en la cama. Viajes de
negocios, los verdaderos, los falsos. Esta ves es real, ¿verdad?
Podía preguntarse eso todo el día, de hecho la noche la sorprendió
aun elucubrando las posibilidades. "Si no ves el final del túnel
es que debes avanzar mas rápido". Su madre siempre tan sabia.
La llamada de su esposo se hacia esperar. Había prometido llamar ni
bien aterrizara. Pero ya habían pasado dos horas desde ese horario y
la noche no daba esperanzas.
Un reflejo inusual le hizo caer las
naves a tierra. La casa estaba a oscuras porque recién anochecía. Y
desde la parte mas abandonada de la casa, esa que solo usaba cuando
estaba con él, desde esa región ensombrecida, hasta le llegó una
brisa fría con olor a muerte. Nada la convencería de alejarse de la
televisión, que por cierto no estaba siquiera viendo. Se quedó
dormida tratando de ignorar que una de sus paredes parecía haber
desaparecido, y que ahora daba a un cementerio. Pero la noche
siguiente algo se agregó al resplandor y la brisa. Un aullido lejano
digno de una historia de terror fue la gota que rebalsó el vaso. La
cocina estaba de paso, tan abandonada como la mitad de la casa que ya
no visitaba, así que tomó un cuchillo que apuntó directamente
hacia adelante. Mas allá, ese resplandor naranja y la brisa
mortuoria que ya a estas alturas le provocaba arcadas. La mayor parte
del solar se veía igual de negro que el resto de la zona no
frecuentada. Pero ese resplandor seguía ahí, sin poderse distinguir
de donde precisamente provenía. Atravesaba los muebles y le daba un
tono dorado al ambiente, lo cual hubiera parecido bello si no fuera
del olor a putrefacción y la neblina que comenzaba a llenar la casa.
Pero por alguna razón se le ocurrió que podía venir de debajo de
alguno de los sillones. Apenas veía como para saber cual correría
pero un tropezón hizo el trabajo muy rápido. Y cuando el camino se
despejó pudo ver los relucientes caracteres en el zócalo. Un
pequeño dibujo extraño que parecía una minúscula ventana... o mas
bien una cerradura. La brisa se hacia intensa cuanto mas se acercaba
pero nunca llegaba lo suficientemente cerca como para tocar la
figura. Sin recordar las dimensiones de la habitación se desesperó
y corrió varios pasos hasta que tomó con sus propias manos la
corteza del árbol.
El árbol, tan negro y húmedo, estaba muerto como
las movedizas sombras que recién ahora se le hacían obvias. Muerto
y putrefacto como todo aquí con esa luna bañada de sangre. “Pero...
¿donde estoy?”. Sin duda no había un bosque muerto en su
propiedad, por mucho que hiciera que no la recorría, estaba segura.
Las sombras se acercaban por el suelo, mientras la sabia fría del
árbol le había pegado la mano y ella trataba desesperadamente de
soltarse, unos dedos de hueso afilado le tomaron la pantorrilla con
la fuerza de una pinza y la velocidad de un látigo que le abrió la
carne mientras exprimía su sangre. Los alaridos de Afsâna iban
seguidos de puñaladas y competían con los rugidos de las bestias
que se abalanzaban para obtener un pedazo de ella. Pero el cuchillo
solo sentía hueso y cuero, no lograba lastimar. Buscaba los ojos,
para dañar a las bestias, que ya comenzaban a perforarle la carne,
pero en la oscuridad no había ojos para herir. Y los de ella no
servían para mucho mas que para ubicar la luna sangrienta. De pronto
las sacudidas desesperadas le soltaron la mano izquierda y volvió el
reflejo dorado. Como si se tratara de fuego las sombras la soltaron
para huir. Se quedaron a una distancia prudente, vigilando como
sangraba.
La sabia comenzaba a cubrir el símbolo de nuevo y su resplandor se apagaba. Los monstruos se envalentonaban de a poco. Y ella, sangrando, decidió que la única vía posible era subir al árbol que había intentado atraparla segundos antes. Alcanzar la primera rama con su pierna hecha jirones y casi todas sus extremidades perforadas fue una agonía. Al igual que las siguientes 19, puntiagudas, ásperas, se metían en las heridas los fríos y secos brotes. Se acercaban, contorsionándose detrás de ella, los inmundos engendros, persiguiendo sus gemidos de dolor. Al llegar a la copa pudo sentir un amontonamiento de acolchadas formas. Este lugar era tan extraño. La oscuridad era casi total y aunque la luna brillaba roja en el cielo, su luz no llegaba. Y a pesar de que todo era negro se distinguían las sombras, y la sangre era mas roja que a la luz del sol. Se quedó sobre aquella suave superficie, descansando. Estiró los brazos para entregarse y distinguió labios fríos en el dorso de su mano. Cadáveres, descansaban, rendidos, como ella intentaba, pero ya estaban helados. Ya no peleaban. Eran el fruto del árbol, la consecuencia de sus espinas. Ya no había la luz dorada que desaliente a las bestias allí debajo. Y pronto llegarían sorteando la pegajosa sabia y los afilados brotes. Por eso se resistió a morir. Se arrastró por las ramas gruesas hasta el próximo árbol atestado de cadáveres. Decidió esta vez revisar algunos bolsillos. Halló un encendedor, pero pobremente algo de su luz escapaba a la pesada tiniebla, que se tragaba casi todo salvo el color de la sangre. Cerca del horizonte se veía otra luz dorada, otro sello quizás. Y allí las bestias no se acercarían. Así que gateó por las ramas de nuevo con la esperanza de llegar a la seguridad del resplandor dorado. Pero al llegar al final de la rama cayó. Un barranco de piedras escarpadas la estuvo esperando. Quedó a su suerte sobre la terraza de roca afilada. En el fondo del cañón una enorme sombra llena de bocas reptaba sobre su propio cuerpo tubular, hambrienta. Aquí, donde la sombra debía ser aun mas profunda, se puede ver. Por fin se ve su cuerpo, ensangrentado y magullado. Y se percata de que la mano le arde. Le arde desde que pudo arrancarla de la sabia pegajosa. “Debí arrancarme un pedazo de piel”. Pero al mirarla descubrió la quemadura que le había provocado el sello al tocarlo. Rojo por la hemorragia el sello se había copiado a la perfección en su palma. Si este sello la había traído, ¿podía sacarla? Estampó su mano en la roca y las letras comenzaron a brillar en dorado. Pero no había donde ir. No podía atravesarlo. Estuvo días hambrientos tratando de descifrar que era lo que faltaba. Hasta que por fin pudo incorporarse y sellando cada tres o cuatro pasos se puso a explorar aquel risco. Algunos arboles salían de la roca y daban sabia pegajosa y negra. No era un manjar pero lo que fue por, mas o menos, la siguiente semana la ayudó a seguir lucida y no morir de sed y hambre. Tenia que mantener el sello en carne viva para usar la sangre e imprimirlo donde quiera que fuera por que los engendros se le acercaban ni bien volvía a la oscuridad. Y en uno de esos momentos en los que apoyaba la palma sobre la roca cayó en una cueva que no había visto en sus periplos anteriores. Se veía aun mejor en la cueva que en aquel profundo cañón. No tenia sentido. La luz era oscuridad y la oscuridad luz. Esa idea la llevó mas profundo en la cueva. Cada paso se hacia mas fácil hasta que las paredes ya casi no se podían ver por lo cegador del brillo."Si no ves el final del túnel es que debes avanzar mas rápido". “La salida”, pensó. Pero el resplandor casi celestial escondía una solida pared al fondo. No había salida. Se derrumbó en llanto mientras el sello goteaba sangre en su mano izquierda y entonces lo supo. Tenia que sellar la pared iluminada. Había entrado por el sello en la oscuridad. Debía salir por la luz. Apoyó la palma con calma en el fondo de la caverna. Y de repente cayó en su cama.
La sabia comenzaba a cubrir el símbolo de nuevo y su resplandor se apagaba. Los monstruos se envalentonaban de a poco. Y ella, sangrando, decidió que la única vía posible era subir al árbol que había intentado atraparla segundos antes. Alcanzar la primera rama con su pierna hecha jirones y casi todas sus extremidades perforadas fue una agonía. Al igual que las siguientes 19, puntiagudas, ásperas, se metían en las heridas los fríos y secos brotes. Se acercaban, contorsionándose detrás de ella, los inmundos engendros, persiguiendo sus gemidos de dolor. Al llegar a la copa pudo sentir un amontonamiento de acolchadas formas. Este lugar era tan extraño. La oscuridad era casi total y aunque la luna brillaba roja en el cielo, su luz no llegaba. Y a pesar de que todo era negro se distinguían las sombras, y la sangre era mas roja que a la luz del sol. Se quedó sobre aquella suave superficie, descansando. Estiró los brazos para entregarse y distinguió labios fríos en el dorso de su mano. Cadáveres, descansaban, rendidos, como ella intentaba, pero ya estaban helados. Ya no peleaban. Eran el fruto del árbol, la consecuencia de sus espinas. Ya no había la luz dorada que desaliente a las bestias allí debajo. Y pronto llegarían sorteando la pegajosa sabia y los afilados brotes. Por eso se resistió a morir. Se arrastró por las ramas gruesas hasta el próximo árbol atestado de cadáveres. Decidió esta vez revisar algunos bolsillos. Halló un encendedor, pero pobremente algo de su luz escapaba a la pesada tiniebla, que se tragaba casi todo salvo el color de la sangre. Cerca del horizonte se veía otra luz dorada, otro sello quizás. Y allí las bestias no se acercarían. Así que gateó por las ramas de nuevo con la esperanza de llegar a la seguridad del resplandor dorado. Pero al llegar al final de la rama cayó. Un barranco de piedras escarpadas la estuvo esperando. Quedó a su suerte sobre la terraza de roca afilada. En el fondo del cañón una enorme sombra llena de bocas reptaba sobre su propio cuerpo tubular, hambrienta. Aquí, donde la sombra debía ser aun mas profunda, se puede ver. Por fin se ve su cuerpo, ensangrentado y magullado. Y se percata de que la mano le arde. Le arde desde que pudo arrancarla de la sabia pegajosa. “Debí arrancarme un pedazo de piel”. Pero al mirarla descubrió la quemadura que le había provocado el sello al tocarlo. Rojo por la hemorragia el sello se había copiado a la perfección en su palma. Si este sello la había traído, ¿podía sacarla? Estampó su mano en la roca y las letras comenzaron a brillar en dorado. Pero no había donde ir. No podía atravesarlo. Estuvo días hambrientos tratando de descifrar que era lo que faltaba. Hasta que por fin pudo incorporarse y sellando cada tres o cuatro pasos se puso a explorar aquel risco. Algunos arboles salían de la roca y daban sabia pegajosa y negra. No era un manjar pero lo que fue por, mas o menos, la siguiente semana la ayudó a seguir lucida y no morir de sed y hambre. Tenia que mantener el sello en carne viva para usar la sangre e imprimirlo donde quiera que fuera por que los engendros se le acercaban ni bien volvía a la oscuridad. Y en uno de esos momentos en los que apoyaba la palma sobre la roca cayó en una cueva que no había visto en sus periplos anteriores. Se veía aun mejor en la cueva que en aquel profundo cañón. No tenia sentido. La luz era oscuridad y la oscuridad luz. Esa idea la llevó mas profundo en la cueva. Cada paso se hacia mas fácil hasta que las paredes ya casi no se podían ver por lo cegador del brillo."Si no ves el final del túnel es que debes avanzar mas rápido". “La salida”, pensó. Pero el resplandor casi celestial escondía una solida pared al fondo. No había salida. Se derrumbó en llanto mientras el sello goteaba sangre en su mano izquierda y entonces lo supo. Tenia que sellar la pared iluminada. Había entrado por el sello en la oscuridad. Debía salir por la luz. Apoyó la palma con calma en el fondo de la caverna. Y de repente cayó en su cama.
No pudo mas que llorar de alegría e histeria
desesperada mientras su esposo trataba de calmar los pedazos de su
persona, desnutrida, deshidratada, llena de fracturas y cortes.
- Afsâna! ¿Donde estuviste? ¿Que te pasó?
Tranquila, tranquila...
Ella no se atrevió a contarle. Mientras el la arropaba solo lo miraba suplicante.
- Quédate aquí llamare una ambulancia estas muy mal, mi amor. También tengo que avisarle a tu padre que te encontré.
- Primero a Papá.Ella no se atrevió a contarle. Mientras el la arropaba solo lo miraba suplicante.
- Quédate aquí llamare una ambulancia estas muy mal, mi amor. También tengo que avisarle a tu padre que te encontré.
- Muy bien como quieras. Solo quédate aquí, déjamelo a mi...
Lo observó acercarse al teléfono y marcar. Luego “habló” con su padre consolándolo. El teléfono era inalámbrico, pero el receptor estaba cableado por detrás de un muebles negro. El cable no estaba. Su esposo fingía. No llamaría a nadie y no habría ambulancia. Cuando dejó el tubo sobre el receptor entonces lo vio. Tenía el sello en la mano. Se dio vuelta con el gesto aterrado hacia el oscuro espacio entre la cama y la pared y recordó que su mano aun sangraba. El se excusó con un simple : “Voy a traerte agua”. Y regresó de la cocina con un cuchillo.
- ¿Sabes? Solo debías que pedirme el divorcio y dejarme libre. Pero quisiste ser la buena y perdonarme vez tras ves. Ahora tengo que quedar viudo.
La atacó con un impulso feroz. Pero ella ya esperaba el ataque. Como había esperado despierta por casi un mes el ataque de los engendros de la oscuridad. Por eso el pasó de largo. Pasó a través del suelo oscuro que ella había sellado. Y nunca logrará volver.