Despilfarraba cigarros uno
tras otro. Todos sabían que este demente se gloriaba de fumarse 5
cajas de rubios por día, pero la realidad era que apenas los
probaba. Los apagaba por la mitad uno tras otro mientras se retorcía
histérico sin ponerle final a su enfermizo raid. Poco iba uno a
imaginarse que este saco de adrenalina y nicotina estaba en una
delicada tarea de vigilancia secreta. “El blanco se acerca...”
susurró como el mas dulce de los amantes. Era él. La cara delataba
incluso su trabajo de poeta. Era una figura transparente y permeable
que se dirigía como una paloma a la trampa. “Está desarmado”.
Cuando pasó por la nube de humo que precedía a su captor no pareció
bajar la guardia del todo. Miró a los ojos a Andrew como si esperara
lo que vino luego. Una van negra le cortó el paso y el fumador
asqueroso le puso una capucha negra impregnada de cloroformo en el
rostro, mientras, los demás que estaban en la camioneta, lo
inmovilizaban. Despertó la pobre y blanca paloma en un galpón
abandonado como sucedería en cualquier película de Hollywood sobre
estos menesteres. Todavía tenia los ojos borrosos por la droga
cuando empezaron los golpes y las preguntas en acento ininteligible
referidas a cosas desconocidas. No dijo nada por dos horas y Andrew
se cansó de usar los puños junto con su compañero de
interrogatorio y decidieron empezar con una manopla para cuidarse
los nudillos por que, según Henri, “Las esposas no debieran
sospechar que la pasamos mal en el trabajo”. Por supuesto ya era
tarde porque tenían las manos hinchadas, a diferencia de la cara de
la víctima. Estaba pavoneándose Andrew para asustar mas a su
cautivo mientras lentamente deslizaba los anillos del arma blanca
hasta el fondo de sus nudillos, cuando, sin siquiera proponérselo,
conoció la voz de Omar.
– No es necesario, puedo
decirles donde esta la bomba... – Henri le hizo una seña a su
compañero para que trajera al jefe... – y no les voy a pedir nada
a cambio salvo un pequeño favor...
– No estas en
condiciones de negociar hijo de...
El jefe irrumpió en el
lugar. Estaban en el medio del enorme galpón, casi un hangar, por lo
que realmente se lo veía muy lejos y aun así Henri – tal vez por
respeto, quizás por miedo – se calló ni bien asomó por la
puerta. Se veía un hombre mucho mas civilizado que estos matones
gubernamentales pero, como cualquier artista, Omar sabía que las
apariencias engañan. Solo sería otro tipo de bestia, a lo más.
– Me dijeron que quiere
confesar. – puso una grabadora a funcionar – ¿Que tiene para
decirnos?
– Lo que se dice
“confesar”, nada. Pero sé que están buscando la bomba por que
son de la CIA, supongo. Bueno... solo necesito un pequeño favor.
– Ah ¿si? Y ¿que
podrá ser?
– Solo necesito dormir
un par de horas, por favor, y luego podré decirle.
El jefe llamó a sus
secuaces con un gesto sutil para hablar en el oído solo a uno casi
sin mover el bigote y luego desaparecer lentamente mientras la
golpiza seguía su curso. A la media hora, aunque ambos estaban
exhaustos, solo Henri se marchó. Andrew hizo un gesto de fastidio no
bien lo sintió ausente. “Esto no sirve...” susurró. Se dispuso
a tomar las pinzas para causar un poco mas de daño al poeta. Una
hora y media después volvió el jefe con su mirada indiferente otra
vez. Lo miró de arriba a abajo con sus ojos de muñeco.
– ¿Durmió bien “Señor
Negociador”? ¿Fueron suficientes sus dos horas de sueño?
– La verdad es que esta
silla es un poco incomoda. Pero para honrar nuestro acuerdo le voy a
informar lo que quiero para decirle todo lo que se de la bomba
nuclear que hay en su país, – el jefe empezaba a creerle lo de la
bomba, se notaba en su cara como las arrugas parecían ingrávidas
de tensión – bomba, que por cierto, solo tiene 4 horas para
encontrar gracias a su generosa contribución de tiempo al
golpearme.
– ..¿Y cuáles son sus
demandas?
– Lo único que quiero es
que este señor se valla. Quiero estar solo con usted para decirle
todo. Solo eso y le haré salvar millones de vidas. No es difícil y
queda poco tiempo.
Andrew y el jefe salieron un
momento del recinto. Se murmuraron unos segundos en la callada noche
que permitía oír casi cualquier vestigio de vida. Andrew asintió
en un determinado momento y se marchó mientras el jefe volvía para
hacerle compañía a Omar. Prendió un cigarro para despejarse, hacía
unos segundos había tirado uno casi entero en aras de hablar bien de
cerca con su superior. Condujo solo unos minutos hasta la casa que
decidieron alquilar aquí en Argentina con su esposa. Las luces
estaban prendidas. Se figuraba encontrar a su mujer dormida, pero no.
Su instinto cazador le decía que no estaba ahí por error. En vez de
entrar dio una vuelta por las ventanas hasta encontrar la habitación
matrimonial. Las dos figuras desnudas que se acicalaban lo
sorprendieron. Ni Henri ni su esposa pudieron verlo llorar en
silencio en el secreto de esa impenetrable oscuridad suburbana.
Siempre su compañero se iba antes que él, siempre el pobre Andrew
hacia el turno nocturno a pesar de que era el único que trajo a su
esposa, a pesar de que casi estaba de luna de miel. “¿Hace cuanto
lo hacen?” se preguntaba mientras conducía de nuevo al galpón en
el que esperaba ese supuesto terrorista. Entró como un ventarrón
dispuesto a moler a golpes al mensajero de tan mala nueva, tan
terrible concreción de esas sospechas que lo hacían sentirse
culpable. Lo iba a matar esta vez. No. mejor usaría el hacha y se
quitaría las ganas. Por que Henri nunca le permitió estrenarla.
Todo eso por supuesto si el jefe había dejado algo del inocente para
él.
Si la escena en su casa lo
sorprendió, el ver a su jefe acurrucado llorando en un rincón del
edificio fue el acabose. Su tórax se contorsionaba con fuerza por el
terrible sollozo desconsolado, tanto que uno pensaría que no tenia
costillas. Parecía un niño que había perdido a sus padres
enjugándose las interminables lágrimas en las mangas del abrigo de
gabardina. Se acercó aterrado a él como hundiéndose en las
sombras.
– Jefe...
– ¡Fallé! No se va a
salvar nadie… ¡Porque fallé! – lo miró con los ojos empapados
y puchero de bebé descontento consigo mismo.
Desde la silla ahora a
oscuras se oía una risa leve y controlada. La atmósfera enrarecida
que se apoderó del día desde que se cruzaron la mirada por primera
vez crecía.
– Lo sabias. Sabias de mi
mujer y de Henri.
– ¿Henri? ¿Así se
llama? Es curioso que me digas que yo lo sabía por que te voy a dar
la oportunidad de salvar millones de vidas. Lo que no logró tu
jefe. Solo tenés que hacerlo decir la verdad. ¿Él sabia que te
adornaban la cabeza? ¿O fue casualidad que te diera todos lo
turnos nocturnos para que tu “amigo” pudiera disfrutar a tu
esposa? Solo tenés que sacarle la verdad, campeón, y las bombas
son tuyas. ¿No querés que te diga la verdad?
Andrew tomó a su jefe por
los pocos cabellos que le quedaban para atarlo a una silla al lado de
su cautivo. Pero él solo seguía llorando su incompetencia. No
respondía a los golpes ni a las amputaciones de sus dedos. Solo
lloraba y pedía perdón. De vez en cuando Omar azuzaba al agente
con un “Vamos, campeón. Queda poco tiempo. Vamos que lo lográs”.
Al amanecer llegó Henri para casi desmayarse con el cuadro. Allí,
en esa silla su jefe mutilado pedía clemencia de un totalmente fuera
de sí Andrew.
– Por fin llegaste. Me
tienes que ayudar. Hay que hacerlo decir la verdad. Es la única
manera de que nos digan donde están las bombas. ¡La única! Ya sé
que estabas con Johane y si no me ayudas no solo le voy a decir a tu
mujer si no que te voy a hacer lo mismo que a él.
Dejó a su compañero de una
sola pieza. Luego de que comenzaran a caerle algunas lágrimas
silenciosas se puso la manopla y comenzó a trabajar el cuerpo de su
jefe. Continuaron por horas sin percatarse que las originales cuatro
ya habían pasado hacia mucho. Golpeaban ese cuerpo sin dejar nunca
de llorar y mientras el terror de ellos mismos los hacia temblar en
cada movimiento. Siguieron y la víctima no dejaba de llorar su
fracaso. Seguía repitiendo “No pude salvar a nadie” una y otra
vez con cada golpe. De repente y sin levantar la vista del suelo el
anteriormente torturado comenzó una carcajada que les heló la
sangre.
– ¿Quieren que les diga
algo simpático? Nunca hubo ninguna bomba... je je.
El lamento los tiró al
suelo. Se enfrascaron en un réquiem de amargura desoladora y llanto,
hasta que la furia se apoderó de ellos. Izaron a Omar y comenzaban a
usarlo como bolsa de boxeo viviente hasta que una voz los despertó
de la iracunda seguidilla de golpes. Alguien dijo: “¿Que golpean?
¿No ven que estoy aquí?”. Detrás de ellos Omar se limpiaba la
cara de sangre. No tenia ni un rasguño. Voltearon hacia el objeto de
sus golpes otra vez. Johane colgaba de las cadenas, sin vida.
Quedaron catatónicos sin poder siquiera lamentarse. Caían de
rodillas mientras sus esfínteres se aflojaban completamente.